Os presento a Cristóbal. Es el que firma la foto de estas #CrónicasCanallas. Son las 0.18 horas cuando escribo estas líneas en un día del Bando de la Huerta. Todavía estoy en el periódico, la redacción me ha abducido. No os voy a engañar, estoy ‘reventaíco’, que diría la Pichu. Y me apetece una birra, hoy me la he ganado. Escribo a Osete, que es la opción mejor posicionada. Congeniamos. Nos han dado clase los mismos profesores de Periodismo en Elche, gente muy competente y muy profesional como Miguel Ors o José Luis González. Y no me olvido de otro canalla, Fernando Olabe, con quien fumaba en su despacho y conversábamos sobre rockers y grupos de música como Los Elegantes, ochenteros. Y mucho Nuevo Periodismo, al calor de bebidas espirituosas, antes de tatuarme Madrid en el corazón. Nos debemos una comida y una sobremesa, profesor. Guardo como oro en paño Los tipos duros no bailan, de Mailer. Me lo regaló él, en un restaurante de Malasaña. Por aquel entonces me apodaba slide (el canuto metálico que se utiliza para tocar la guitarra de folk). Confieso que me encantaba ese apodo.
Como diría mi gurú del marketing, Cristóbal y yo hacemos una buena sinergia. Él también es un canalla. Escucho la cadencia soul de Ciencia Ficción, de Leiva, cuando suena mi whatsapp. Es él. “Oye, Juan. Que antes no he podido hablar claro. Me he cruzado con una chavala que conozco y estoy aquí tirando a canasta todo lo que puedo”. Podéis intuir mi respuesta: “Encesta”. “Peléalo a muerte, Hank” (Bukowski). Lo jodido de ser un canalla es fingirlo y, encima, que te salga bien y te tengan por buen tipo. Y él lo es.
Las barbas pobladas que veis son hipster (2.0) y nos sirven para hacer un homenaje a un fotoperiodista británico que se llama Jonathan Daniel Pryce. Y a su libro: 100 barbas. Este cronista gráfico ha retratado el bello facial de londinenses guapos, feos, altos, bajos, gordos, delgados, huraños y afables. De todas las razas y de todas las clases sociales: hoolingans malencarados, temerosos tenderos paquistaníes, asiáticos subidos al tren de la tecnología y gente de a pie, de la calle. Modernos. Una gran mayoría, tatuados. Y lo cierto es que son insultantemente cool.
Los ojos de Pryce nos enseñan a tipos muy dispares, que lucen atractivos en una gran variedad de looks y expresiones corporales. No os voy a negar que son un tanto horteras determinados zapatos (por ejemplo, los de la señorita Rottenmeier, que llamo yo, que te los pones y no sabes si enfilar a Pérez Casas en busca de unacougar, o ir al Casino a echarte un dominó o un billar francés). En cuanto a los peinados, algunos son propuestas arriesgadas, pero es innegable que están a la vanguardia de la moda masculina. A eso es a lo que se dedica Pryce, al que escuchaba el otro día en un podscast en una emisora digital de UK. A fotografiar hombres. Consigue dotar a los protagonistas de sus fotos de un halo mediático: ciudadanos anónimos que quedan inmortalizados en un libro que ya los hace eternos.
Me ha descubierto a este figura otro crack: Carlos Balsalobre, que tiene su barbería frente a la puerta lateral del Palacio de San Esteban (calle Acisclo Díaz, nº3, bajo). Su ayudante, Pablo López, ha comprado el libro de Pryce por Internet porque no se comercializa en España. Pincha Radio 3 y ofrece dos ejemplares de El País, para que los clientes no se le peleen. Creo que le arreglaría el bigote al presidente de esta nuestra Comunidad a las mil maravillas. Se lo recomiendo, señor Garre, es muy bueno en lo suyo. Además, le pilla cerca.
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